Le tengo terror a un plebiscito”, dijo el siempre elocuente verseador de chascarros Carlos Larraín, en lo que coincidió el indiscreto espontáneo que es Pablo Longueira al confesar: “Le tengo miedo”, olvidándose que el año pasado (sin siquiera consultarle a su gurú de ultratumba) propuso a los cuatro vientos un plebiscito para zanjar una postura frente a la demanda marítima de Bolivia. Con ello desató un tsunami de críticas y rechazos hasta del propio partido donde es uno de los más caracterizados próceres.
El fundamento de ambos dirigentes derechistas es el mismo que enarbola todo el sector que abomina del movimiento estudiantil y del profesorado: el plebiscito es un instrumento que usan los gobiernos dictatoriales o autoritarios, como el de Venezuela y el de Cuba. En su atolondramiento, se les olvidó mencionar a Pinochet, quien convocó a dos de estas consultas ciudadanas: una para imponernos la ilegítima Constitución de 1980 y otra en que le salió el tiro por la culata, porque no hizo sino activar la cuenta regresiva de su desalojo de La Moneda, “la casa donde tanto se sufre”, como dijo algún presidente del siglo pasado, casa que también ha sufrido como víctima de un paranoico bombardeo aéreo.
“Los plebiscito destruyen la democracia”. Un argumento perversamente falaz, porque no hay aquí un gobierno que esté planteando un plebiscito, sino la ciudadanía, la misma que debe pronunciarse y decidir frente a una eventual convocatoria, siendo además de puntualizar que la ciudadanía es la base y fuente de la soberanía política, la que instala en sus cargos a presidentes, parlamentarios y ediles, aunque algunos congresistas se den licencia para asumir ministerios, tras renunciar a su cargo y dejar que su partido se arrogue “soberanía” para designar al reemplazante. Admitamos que tenemos síntomas de país bananero.
Ya estamos notificados: los únicos que pueden requerir un plebiscito son los gobiernos y sus corifeos políticos.
Lo que pasa es que tienen miedo y rabia porque estos carajos universitarios y secundarios se liberaron de la venda y la mordaza que inmoviliza a muchísimos chilenos y descubrieron tanto las iniquidades de un modelo que es una verdadera dictadura económica, como la farsa electoralista que permite el reparto del poder político entre dos grandes coaliciones que se turnan para gobernar y legislar en nombre del país.
Tal es la impotencia y desesperación de los enemigos de la causa de la educación que no trepidan en recurrir a falsos encapuchados, a los ataques incendiarios y a denigrar e incluso a amenazar de muerte a los dirigentes de las movilizaciones, cuya legitimidad no responde a la lógica binominal. Señores: no transfieran su propia intransigencia a quienes los tienen sobrepasados con esa suprema intransigencia que es la verdad.
Digamos que este no es meramente un problema estudiantil. Es mayormente un problema familiar que afecta a las capas bajas y medias y así lo han comprendido padres y apoderados de colegios muncipalizados, particulares subvencionados y también privados, porque en Chile (como en muy pocos otros países) es la familia la que carga sobre sus hombros la pesada carga de educar a sus hijos y sufre viendo cómo éstos se titulan también como deudores, complicando por largos años sus naturales expectativas de formar una familia y educar a sus hijos. Esto es lo que estaba pasando y nadie parecía darse cuenta. Hasta que los jóvenes dijeron basta y salieron a la calle a gritar la verdad y a exigir justicia.
Es tanto el grado de conciencia de estos estudiantes, que en Arica hasta se han tomado colegios no municipales como el Antonio Samoré, Juan Pablo II, San Marcos y Arica College. La mayor parte de ellos ha sido desalojada. Punto aparte merece el caso del San Marcos, tomado, desalojado (a punta de golpes y agarrones) y vuelto a tomar. El obispo declaró por Arica TV que él no ordenó la expulsión, pero la presidenta del centro de alumnos aclaró en entrevista a Radio Cappíssima que se supo de fuentes internas, y también de parte del mayor de la Tercera Comisaría, que la orden emanó del prelado.
El susodicho “purpurado” aseveró que entre el Colegio San Marcos y el Obispado no existe mayor vinculación. Grave falta al sexto mandamiento: muchos ariqueños y, sobre todo, los vecinos de la población Juan Noé y los miembros de la Parroquia Sagrada Familia saben que el obispo gestionó recursos extranjeros para reconstruir dicha parroquia e instalar contiguamente el actual templo. Los católicos del sector están al tanto de una flagrante coincidencia: el párroco de la Sagrada Familia es pro-rector del colegio y con fondos de este establecimiento se pagan algunas cuentas de la parroquia. Más claro, echarle agua bendita.
Se comenta que el obispo se va. Ojalá llegue otro, si no más mejol, siquiera menos peol.
La otra idea que agitan los tremebundos es que el problema educacional es un asunto que le compete resolver al Congreso de los binominalistas que en estos 21 años y medio han sido ciegos,sordos y mudos frente a la práctica del lucro en las universidades, soslayando aquella sacrosanta legalidad que tanto defienden. Son los mismos que ven cómo progresivamente la educación municipal empeora y se jibariza (profecía decretada por Pinochet); los mismos que no han permitido avances concretos en materia de salud; los mismos que han actuado en complicidad para entregar al poder económico extranjero los recursos hídricos, la generación y comercialización de la energía eléctrica; los mismos que han dado luz verde a tanto proyectos que junto con enriquecer más a las trasnacionales y a los millonarios de casa, llenan de contaminación ciudades,pueblos, campos, playas y reservas ecológicas. Los mismos que sabían de antes cómo funcionaban la colusión de precios de las cadenas farmacéuticas y el fraude del retail. Bueno, esto es apenas una apretada síntesis, un botón de muestra.
Gente como estos caballeros que desprecian olímpicamente la voluntad de sus electores y que tienen como norma cotidiana el “lobby” y los manejos transaccionales para hacer primar sus intereses partidistas y los apetitos de sus testaferros empresariales, ciertamente que no son dignos de la representatividad que se les ha conferido. Y no tienen, por añadidura, autoridad moral para decidir a discreción la problemática educacional que ellos mismos, de diferentes formas, fomentaron.
Por ello, es impresentable que el Gobierno intente sacarse los balazos con la argucia de que son problemas heredados de administraciones anteriores. Justamente, no son cosas nuevas ni imprevistas; hay responsabilidades compartidas. Es tan culpable el que mata la vaca como el que la agarra de una pata. Y si no tienen dedos para el piano, hagan mutis por el foro.
Sobrada razón tienen estudiantes y profesores para desconfiar del Congreso. No hay garantía alguna, porque es obvio que la visión del Gobierno se reproducirá en las bancadas oficialistas, tan soberbias y cavernarias que sin pudor alguno avalan la brutal represión policial y aplauden la mano dura del ministro del Interior (“¡Así te quiero, Chile!”). Y encontrará además apoyo en más de algunos varios concertacionistas que son neoliberales confesos y profesos y/o están involucrados en eso que tan eufemísticamente se denomina “emprendimiento educacional”. Harto que han mamado, de modo que es muy, pero muy difícil que suelten la teta. Con la boca chueca, reniegan del sistema binominal y de la economía “social” de mercado.Sí, pero ¡putas que lo pasan chancho!
No se indignen ni rasguen vestiduras, señores políticos. Ustedes son lo que son y están donde están nada más que merced a una de decisión –buena o mala- del electorado, de la ciudadanía. Así que no se autoempoderen como una casta intocable con fueros plenipotenciarios. Ustedes no tienen el puesto comprado, ni arrendado, sino prestado por un rato.
Convénzanse de que Chile es cada día menos ese país de masas domesticadas por el modelo económico y por la democracia binominal. Tampoco es ya el país de los jóvenes que no están ni ahí.
En absoluto. Toda esa gran multitud nacional de cabros lindos es más madura, reflexiva y visionaria que ustedes y que todos nosotros, los viejos, que les estamos legando un mundo de inequidad e hipocresía.
Su mensaje –que a ustedes les produce diarrea- es que la democracia, la justicia y la libertad sólo serán factibles en la medida que se realicen cambios radicales. Eso es, precisamente, lo que a ustedes les aterra, porque tienen conflictos de interés ideológico y económico. Son los inventores, dueños y profitadores de este estado de cosas. Y quieren que todo siga igual.
Esos jóvenes son la generación de recambio y su antorcha valórica seguirá encendida. Imagínense lo que puede pasar si la gran mayoría de esos jóvenes se decide a sufragar en los próximos comicios electorales. Vayan acostumbrándose a pensar que -más temprano que tarde- tendrán que irse a sus casas y dejar que gente más honesta piense y materialice las transformaciones que favorecerán efectivamente a las grandes mayorías.Y nada más que con la fuerza de la razón y la justicia. Y si es que no sobreviene un nuevo reventón. De repente, en una de esas. Porque lo que está en juego ahora para el establishment es mucho más denso que lo que lo conflictuaba en 1973.
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