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lunes, 13 de junio de 2011

La Polar: el problema son los pobres


El problema son los pobres. No soy economista, no soy un experto en el tema, pero esa es mi conclusión luego de mirar, con cierto morbo, lo que ha ocurrido con La Polar estos días. Que tu empresa valga, de un día para otro (literal), casi la mitad, no es un tema menor. Las acciones de La Polar cayeron a índices tan bajos (42%) que algunos hablaron con sensatez de quiebra; y otros, con calambres en el estómago, pensaron en 1999.
¿Pero qué significa esto para nosotros, mortales comunes, clase media del montón? Bueno, varias implicancias, algunas de ellas bien conocidas. Esto pasa porque La Polar es una de las empresas grandes de Chile, un modelo a seguir; tan grande que se cotizaba en el Ipsa en el lugar 17 de las acciones con mayor peso. Tan grande que las AFP tienen el control del 24% del negocio.
Es sabio recordar que cada vez que se habla de AFP, se está hablando del dinero de un tipo como tú o como yo, que algún día supuestamente debería recibir pensión. Si la AFP sufre, tú recibirás menos pensión. Porque todo el dinero que tiene, y que invierte la AFP, es tuyo. O eso es lo que nos han convencido de creer, lo que es algo muy cruel de su parte: es como el patrón de fundo que le dice al inquilino, "si yo me vuelvo pobre, tú te vuelves nada; avíspate y ara mi campo, holgazán".
Si la economía chilena sufre, sufrimos nosotros. ¿Tenemos que sentir pena por lo que está pasando con La Polar entonces? Yo no diría eso. La pena, la compasión, misericordia, honestidad, lealtad y otros valores humanos no tienen mucho sentido ni propósito en la selva económica. Astucia, cálculo, estrategia y sagacidad sí son más pertinentes.
Pero veamos esto desde la perspectiva de su origen, reitero, en términos muy simples. ¿Qué pasó con La Polar para que, de un día para otro, y con tanta bestialidad, perdiera un 42% de su valor? El factor clave, dicen muchos, fueron las miles de denuncias de usuarios como nosotros enviadas al Sernac; deudas que no se pagaban nunca, repactaciones poco claras, tasas de interés abusivas y un largo etcétera.
El Sernac golpea la mesa y habla fuerte y claro: demanda para La Polar. La Polar, como cervatillo en punto de caza, y flanqueada por la SVS, decide cortar por lo sano y así anunciar, ayer, que se reestructuraba su área de crédito. Fue una confesión velada de que muchas de sus prácticas efectivamente eran deshonestas, como las repactaciones unilaterales que la empresa fijaba sin preguntar al deudor, y que tales no estaban en la ideología de la compañía. Echaron a varios gerentes, y reemplazaron la consultora de sus auditorías.
Lo que a vista de una persona como yo puede ser un gesto loable, una rectificación moral, echarle cloro a la tina, fue un realidad una pésima, horrible jugada económica. Como dije antes, el valor moral en economía es otro, es más de la astucia, de la supervivencia bruta. ¿Qué significa confesar que un enorme porcentaje de tus ganancias está a la base de créditos abusivos que vas a tener que cortar? Que si los cortas, tu empresa hará menos utilidades. Y además una confesión derivada: que las supuestas utilidades de tu empresa son a base de deudas, morosidades y otros activos "volátiles". Un enorme "riesgo de incobrabilidad" dicen los del área.
Entonces vales mucho menos de lo que dices valer, tu estatus es "volátil", y además, vas a valer todavía menos en el futuro, cuando la demanda probablemente indemnice a todos esos molestos deudores. Como para salir arrancando del paquete de acciones. Como para desensillar el caballo y salir a todo galope a donde la gente todavía acepte el embauco (¿Zimbabue? ¿Armenia?). Porque esta terrible noticia económica, desde cualquier punto de vista, significa una rectificación para el deudor; significa que los pobres se volverán un poco menos pobres; y los ricos un poco menos ricos.
O sea, la culpa la tienen los pobres. En todos los sentidos posibles. Porque los pobres, al pretender ser menos pobres, crean pánico. Y porque fueron los pobres, en primer lugar, los que sustentaron el gran prestigio de La Polar: una tienda dedicada especialmente a un segmento de la población de billeteras anoréxicas y sueños obesos, al sector "popular", masivo, y crediticio. Todo estaría bien si esa tacaña anciana que gana el sueldo mínimo, a quien convencimos de necesitar un trikini para el verano, nos pagara lo que corresponde, dicen en La Polar, suspirando.
La culpa la tienen los pobres, porque no tenían dinero para comprar un buen televisor para ver la Copa América, porque necesitaban el crédito para obtener el microondas, el sillón, la polera, la lámpara. La culpa la tienen los pobres, porque al no tener efectivo, necesitan arrendar su futuro; necesitan deber. Y necesitábamos que debieran lo máximo, nosotros sólo le pusimos un palito a la estufa, va a decir el ex-gerente acongojado, cuando tenga que sentarse en el estrado.
Si no hubiese pobres, la economía se desplomaría. Si no hubiese pobres, tampoco habría ricos. Si no hubiese familias enteras amargadas por calillas, deudas imposibles, repactaciones escandalosas y engaños falaces; si no hubiese un enorme y contundente sistema de cebo a través de rostros conocidos ("engorda de sueños"), publicidad con gente de la novela, alguien en quien puedes confiar, que conoces pero que al mismo tiempo es un extraño; si todo eso no pasara no sólo caería La Polar, sino que gran número otros negocios, y la economía en sí misma.
Quizás en ese escenario no tendríamos ni autos, ni casas, ni aquel breve momento en el que intentamos evadir la felicidad con unos minutos frente al computador, a medio quedándonos dormidos, a medio siguiendo vivos en una cadencia impostada de trabajo evolutivo para alimentar a los más aptos, a los nuevos aristócratas, a los sagaces articuladores del flujo del capital. Pero reflexionar así es caer en un abismo de relativismos sin asidero real.
En lo concreto, siempre están nuestros sueños por superar nuestra vida, por desear, ambicionar y ser otra cosa. Ya bien si eres un poderoso dueño de AFP, o un desdentado esclavo moderno con sueños desproporcionados y falsas esperanzas. Siempre está en nosotros esa necesidad por ser más. Poder, dinero, una vida asegurada; eso quisieron los que organizaron este gran plan en La Polar, que por grande se desplomó sobre su propio peso.
Lo importante es no focalizarse en el morbo de La Polar. Por el contrario, tomarlo como un recordatorio de lo que pasa día a día con nosotros. ¿Recuerdan el caso de colusión de las farmacias?, ¿las propagandas sobre "sé feliz, toma un crédito en mi banco, sin trabas"?, ¿los hipotecarios con frases como: "mi amor, son 20 años de crédito, pero que pasaremos juntos”? Que La Polar sea el consejo. Que la réplica venga de nosotros.


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